Decidida a participar de un ensayo clínico para enfermedad de Crohn, espera que la droga en estudio pueda evitar los brotes y las recaídas que padece periódicamente desde hace cinco años. Conocé su emocionante historia.
Carolina vive en una ciudad pequeña, a 3 horas de la capital de Córdoba y a 7 horas de Buenos Aires. En su medio, bastante conservador, sus rulos colorados, su vocación artística y los accesorios de moda textil que fabrica y vende en todo el país probablemente la hagan destacarse entre de los demás. Hoy también podría sobresalir por su decisión de participar en un ensayo clínico mundial, pero Carolina todavía no sabe si ha sido aceptada como voluntaria, y prefiere aguardar a tener la confirmación para saltar de alegría. Mientras tanto, cultiva la esperanza con mucho ánimo y ningún temor.
La posibilidad de ensayar una nueva droga para la enfermedad de Crohn la tiene –secretamente- contenta. Siempre sintió curiosidad por participar en un estudio científico y, de hecho, anteriormente se anotó para ensayar una vacuna contra el Covid-19. Aquella vez no la llamaron, pero ahora espera que sí, dice, y se le iluminan los ojos.
Aunque se declara poco valiente en general y muy meticulosa con la economía y la salud –desde la pandemia de COVID que no viaja a ningún lado- , la perspectiva de encontrar un medicamento que la ayude finalmente a controlar su enfermedad la impulsa a dar su testimonio.
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La vida no ha sido generosa hasta el momento con Carolina. Hace un par de años tuvo una infección por COVID-19 que la llevó a una internación y a tener que tomar un sinnúmero de remedios. Pero aún antes de la grave experiencia con el COVID, la profesora de Bellas Artes que vive sola con un gato había sabido lo que es sufrir.
En 2017 empezó a tener síntomas inquietantes: diarreas repetidas y persistentes, dolores fuertes, hinchazón abdominal, un enorme cansancio, toda la comida le caía mal y sufría infecciones urinarias a repetición. La vieron varios gastroenterólogos a lo largo de los últimos años. La mayoría le decían que era estrés y la despachaban con algún antiinflamatorio, un antiácido o un antiespasmódico. Durante el aislamiento de la pandemia, Carolina empezó a adelgazar sin remedio. Su delgadez creciente se sumó a los dolores abdominales, la diarrea y la fatiga. Carolina se asustó. En algún momento, uno de los especialistas le indicó una primera colonoscopía: allí todo parecía estar bien, según el médico, aunque en una biopsia aparecieron señales de inflamación. Me dijo que tenía colitis ulcerosa y me dio un tratamiento, corticoides y otros medicamentos. Pero yo me sentía cada vez peor.
Después de la internación por COVID-19 y las hemorragias internas, un cóctel de antibióticos “reseteó” su flora intestinal y la hizo sentir algo mejor, pero no curada. Al poco tiempo, tuvo otra recaída de su enfermedad intestinal. Un nuevo y joven gastroenterólogo llegado a la ciudad le indicó una nueva colonoscopía, y dos biopsias confirmaron que su problema inflamatorio intestinal era, en realidad, la enfermedad de Crohn. “Pero ningún medicamento hasta ahora me hizo bien”, dice Carorlina, sin que suene a protesta sino a futuro.
Hoy Carolina enfrenta la necesidad de cambiar su tratamiento hacia algo superador, un medicamento biológico u otro experimental. Dos de sus amigas le sugirieron anotarse en el sitio de “Un ensayo para mí”. Como la droga oral que le ofrecen –si la aceptan en el ensayo clínico- ya ha mostrado ser segura y se usa en otras enfermedades, Carolina quiere probarla. Además, sería gratis, algo importante porque su negocio de accesorios apenas le alcanza para mantenerse y ella se siente demasiado cansada para trabajar después de las 15 hs.
¿Por qué ensayar algo nuevo en vez de recurrir a un medicamento que ya existe en el mercado? “La verdad es que no lo sé –sonríe Carolina-, pero a mí siempre me interesa más lo nuevo que lo conocido. Creo que lo nuevo siempre puede ser mejor. Y me interesa que me ofrezcan un inmunomodulador en vez de un inmunosupresor”. Carolina hace silencio, piensa y agrega: “O será que pienso que ya no puede pasarme nada peor, y esto me va a ayudar a sentirme mejor”, susurra.
A los 39 años, Carolina perdió un bebé tras una cesárea de urgencia y, todavía, nadie le ha podido explicar la causa de esa gestación fallida y la muerte de su beba. Por otra parte, relata, cuando la operaron por endometriosis en su juventud, el cirujano le habló de la extensión anormal del tejido del útero sobre el intestino. Y ella se quedó pensando sobre cuál sería la razón de sus problemas intestinales y reproductivos. “Quizás por eso pienso que no controlamos nada y no tengo miedo. Lo que tenga que pasar, pasará”.
Ahora, Carolina tiene la posibilidad de participar en algo que le dé respuestas a su rara enfermedad inflamatoria intestinal, que todavía no ha progresado al punto de causarle fístulas ni de necesitar una cirugía. Su médico gastroenterólogo le mandó a hacer nuevos análisis de laboratorio y le dio luz verde para participar en un ensayo clínico, si ella quiere.
Al menos, así obtendrá alguna certeza sobre la posibilidad de modular sus reacciones inflamatorias, y evitar los brotes y las recaídas que padece periódicamente hace cinco años. Con todo lo que le pasó a lo largo de su vida ¿tiene algún miedo? “No, no tengo una visión negativa. Yo quiero estar bien, y creo que el ensayo clínico es una oportunidad para eso. ¿Por qué no hacerlo? No creo que me haga mal. Estoy dispuesta, incluso, a viajar a Córdoba capital para hacerlo, tengo esperanzas de lograrlo y mis amigos y familia me apoyan”, concluye Carolina, de cara a la luz otoñal que se filtra por la ventana.