Los pacientes con depresión mayor suelen padecer también dolores físicos crónicos. Descubre sus raíces comunes y sus posibles tratamientos conjuntos.
La depresión puede causar dolores en el cuerpo. Y viceversa. El sufrimiento a nivel psíquico y físico se retroalimenta en un círculo vicioso que hace que las personas con depresión desarrollen distinto tipo de dolores –especialmente, de espalda, de cuello, o de cabeza- y algunas de las personas que atraviesan una cirugía desarrollen posteriormente una depresión que agrava los dolores y dificulta la recuperación.
El dolor es una experiencia sensorial y cognitiva ligada a un daño en un tejido del organismo que tiene, además, una dimensión afectiva y emocional. La atención, las expectativas, la ansiedad, los pensamientos catastróficos y la depresión pueden influir en la percepción del dolor.
Fenómeno complejo tanto a nivel psíquico como físico, el dolor se considera crónico cuando dura más de tres meses. Se estima que entre el 10 y el 20% de la población padece de dolor crónico pero una mínima parte de ellos recibe un tratamiento adecuado.
Entre el 50 y el 60% de los pacientes tratados por depresión manifiesta dolores físicos. Y en las personas con dolor crónico, hasta el 85% padece de depresión mayor. ¿Cuál es la relación entre uno y otra? El vínculo más íntimo reside en el cerebro.
Aunque no existe un solo centro cerebral del dolor sino varios núcleos conectados con la corteza sensorial y frontal, estudios científicos han revelado que las áreas del cerebro y las vías de comunicación nerviosa que se activan en la depresión y el dolor crónico son similares, cuando no idénticas. Por eso se buscan tratamientos que mejoren simultáneamente ambas dimensiones del sufrimiento humano.
Coincidencia cerebral
El concepto de “sufrimiento” es esencial para el dolor y para la depresión, señalan investigadores de la Universidad de Nueva York. La corteza prefrontal, que regula las respuestas emocionales y también planifica y toma decisiones– junto con el área cingulada anterior del cerebro están alteradas en ambos casos, mientras que el hipocampo, el núcleo accumbens y la amígdala intervienen tanto en el trastorno del ánimo como en los efectos afectivos del dolor (la sensación de desagrado y evitación). Así, por ejemplo, el rechazo social activa las mismas zonas del cerebro que el dolor producido experimentalmente en un laboratorio.
También hay neurotransmisores que se liberan en el sistema nervioso tanto a la hora de percibir un dolor corporal como a la hora de sentir tristeza o desarrollar anhedonia (incapacidad para percibir placer). ¿Cómo coinciden en una misma persona ambos fenómenos?¿Y por qué difieren tanto las respuestas al sufrimiento entre una persona y otra?
Cuando el dolor es persistente, se producen cambios anatómicos y funcionales que disminuyen la materia gris en la amígdala y el hipocampo. Estas alteraciones generan una disfunción en las respuestas emocionales a los estímulos nocivos que llegan desde el tejido dañado al tálamo y la corteza insular del cerebro.
En el dolor y en la depresión también se producen alteraciones en otros núcleos encefálicos (habérnula lateral y rafe dorsal, involucrados con la producción de serotonina). Sin embargo, todavía no se sabe cuál es la causa y cuál es la consecuencia en el circuito nervioso que comparten el dolor y la depresión. ¿Es la depresión lo que causa los dolores crónicos en los pacientes, o a la inversa?
Tratamiento 2×1
Como sea, la comorbilidad entre el dolor y la depresión a nivel biológico explica por qué los tratamientos antidepresivos funcionan muchas veces para combatir los dolores, especialmente en casos de fibromialgia o dolor lumbar. También justifica que la estimulación transcraneal -un método terapéutico no invasivo que utiliza campos magnéticos para estimular ciertas áreas del cerebro-, pueda disminuir la intensidad del dolor crónico tanto como mejorar el ánimo y reducir la ansiedad.
Cada vez resulta más claro que es fundamental tratar la depresión para evitar que los dolores se cronifiquen y generen una discapacidad progresiva. Hasta ahora, se utilizan antidepresivos basados en la recaptación de la serotonina y de la norepinefrina para tratar ambas condiciones, en una especie de combo terapéutico 2×1. Pero ya se experimenta con nuevos fármacos neuromoduladores que podrían tener mejores efectos terapéuticos y menores efectos adversos.
Por ejemplo, algunos miembros de la familia de fármacos inhibidores TRPC, que regulan la entrada de calcio a las células nerviosas, están mostrando efectividad para inhibir tanto la percepción de las señales de dolor como los sentimientos de desazón y tristeza. En estos momentos, se está ensayando en distintas partes del mundo –incluida la Argentina- su seguridad y su dosis más efectiva para tratar a pacientes con depresión mayor.
También se está probando la ketamina (un analgésico de uso animal y, también, de uso recreativo en humanos) para tratar ambos sufrimientos. Por su parte, la psicoterapia cognitivo-conductual ya ha probado ser útil en casos de dolor crónico y depresión. Finalmente, la fisioterapia y los ejercicios de relajación (que se realizan durante el mindfulness y el yoga) contribuyen a mejorar la calidad de vida en quienes sufren ambos trastornos.
Pero el dolor y la depresión son patologías demasiado severas para seguir tolerando que 3 de cada 10 seres humanos las sigan sufriendo en silencio. Todavía es necesario desarrollar nuevos tratamientos que terminen con el sufrimiento y, también, con la estigmatización de estos pacientes.
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